MADRUGADA DEL 28 AL 29 DE MAYO DE 1453. EL EMPERADOR OBSERVA EL CAMPAMENTO OTOMANO INSTALADO ANTE LAS MURALLAS DE CONSTANTINOPLA POCAS HORAS ANTES DE QUE LAS TROPAS DEL SULTÁN MEHMED II INICIEN EL ATAQUE DEFINITIVO.
Un proverbio turco dice: “una manzana roja despierta la tentación”. Pues bien, Constantinopla es la manzana roja del sultán Mehmed II. Y para morderla hace casi dos meses que nos somete a un asedio atroz.
Desde el siglo VII, la ciudad ha sufrido más de 20 sitios, pero nunca se ha encontrado en una posición tan débil como ahora. El milenario imperio que llegó a dominar el Mediterráneo oriental se encuentra reducido hoy a un triángulo que apenas va más allá de donde alcanza la vista y a la fortaleza del Gálata, en la otra orilla del Cuerno de Oro, el estuario que la separa de la ciudad.
Esta mañana, la actividad frenética de los últimos días en el campamento del Gran Turco ha detenido de repente. El frenesí de los últimos días ha dado paso a la quietud. Miles de soldados enemigos se han entregado al ayuno, a las abluciones y a preparar sus armas en un silencio sepulcral. Por la noche, han recuperado las hogueras y los himnos con los que nos han atormentado los últimos días. A medianoche todo ha parado, de repente, otra vez.
El silencio y la oscuridad más absolutos son incluso más estremecedores que el anillo de fuego que habían desplegado ante nuestras murallas –que iluminaba el paisaje como si fuera el alba– y el ritmo atronador de sus tambores y sus cantos.
El asalto final está a punto de comenzar y esta tortura está haciendo mella entre mis hombres, pues es difícil combatir el desasosiego que produce la sensación de que el ataque puede producirse en cualquier momento. El sultán ha dejado madurar su manzana y antes del amanecer irá a cogerla para comérsela.
Pero me niego a pensar que el bastión de la cristiandad será tomado por los infieles musulmanes. Que los campanarios serán derruidos para erigir los minaretes de sus templos, o que la catedral de Santa Sofía se convertirá en una mezquita. Nuestro deber es impedir que esto llegue a pasar, o al menos luchar hasta la muerte para que no suceda.
Si Constantinopla cae, ¿qué será lo siguiente? ¿Roma? Nuestra caída provocaría el caos y el pánico en toda la cristiandad. Debemos mantener a toda costa la esperanza de que es posible frenar a los turcos...
Nuestra mayor baza son sin duda los muros construidos por Teodosio II, una defensa formidable que nadie ha conseguido traspasar en diez siglos: un gran foso detrás del cual se levanta una doble muralla compuesta por gruesas paredes de bloques de piedra intercalados con bandas de ladrillo rojo que refuerzan la estructura.
Estas murallas han sido impenetrables hasta ahora para nuestros enemigos, que quedaban expuestos en amplias explanadas completamente desprotegidos ante las flechas, el fuego y todo tipo de proyectiles que les lanzábamos desde lo alto de las torres.
Pero incluso estos muros sufren ahora el poder de la artillería moderna y de la pólvora. 70 cañones, los más grandes que jamás se han fundido, se ensañan con ellos a diario y ayer los sometieron al bombardeo más intenso de todo el asedio. El padisha querrá aprovechar las grandes brechas abiertas en las paredes antes de que podamos rellenarlos de nuevo con mortero de cal y ladrillo triturado.
Cada noche, las tropas y la población de Constantinopla trabajan frenéticamente para reparar lo destruido durante el día, pero siento que no damos abasto. Cada vez necesitamos más piedras, más tierra, matorrales o cualquier elemento que sirva para reparar las grietas de la muralla, y cada vez es más arriesgado internarse a retirar los cascotes para que el enemigo no los pueda usar como puente o rampa de acceso.
Han sido semanas extenuantes luchando cuerpo a cuerpo en las murallas y en el mar, tratando de burlar el bloqueo naval de las galeras que rodean la ciudad y que ahora están listas para caer sobre las murallas marítimas.
Todavía recuerdo la emboscada nocturna a sus navíos que fue descubierta por los otomanos. 29 cristianos aparecieron empalados a la mañana siguiente ante las murallas, una imagen verdaderamente horrorosa.
El empeño de Mehmed II por tomar la ciudad a toda costa nos ha llevado a combatir, incluso, bajo tierra, en los túneles que sus mineros excavaron para penetrar en la ciudad. En su desesperación por no poder atravesar nuestros sólidos muros, el sultán creyó por un momento que podría sortearlas por debajo.
Cuando los mineros y soldados cristianos irrumpían en ellos, los combates dentro de esos oscuros túneles eran terroríficos, las galerías terminaban derruidas y los mineros sepultados. Tras dos semanas de lucha, el sultán renunció a ese insensato plan.
Todo esto nos ha llevado a la situación en la que nos encontramos ahora. Mañana, los 100.000 hombres de Mehmed II se lanzarán sobre nosotros como una inmensa manada furiosa, sus hombres utilizarán los cadáveres de sus compañeros para ascender por nuestras defensas y no se detendrán hasta conseguir las fabulosas riquezas que les ha prometido su comandante.
Nosotros deberemos resistir como lo hicieron nuestros antepasados detrás de estas murallas. Cuando comience el ataque, todos los hombres disponibles deben estar en primera fila, las mujeres y los niños deberán refugiarse en Santa Sofía y rezar por todos nosotros y por la ciudad.
Ahora ya sabemos que no podemos esperar ninguna ayuda externa. Seremos apenas varias decenas de miles de hombres exhaustos enfrentados a continuas oleadas de atacantes. El ataque tiene que ser por fuerza limitado, no podrán desplegar oleadas de hombres frescos sobre nosotros durante más de varias horas. Si logramos detenerlos en la muralla, el desánimo cundirá entre sus filas y se retirarán, de ello estoy seguro.
Y esa retirada será definitiva. Las tropas otomanas no están movidas solo por la fe. Hay entre ellas muchos mercenarios, a los que hay que alimentar y pagar un salario. Comienza a haber disensiones entre sus mandos y la tropa se está impacientando. Un nuevo fracaso hará perder a Mehmed II el control sobre su disciplina de forma definitiva.
Esa es nuestra esperanza. Pero, ¿podremos resistir sus embestidas furiosas? Eso espero. Pronto lo sabremos porque oigo a lo lejos el chirrido de sus torres de asalto y los pasos de miles de hombres que se acercan hasta nosotros acarreando las escaleras con las que pretenden asaltar la ciudad. Que Dios nos ayude
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